Gustavo Fernandez

Me llamo Xistra

- Puto pueblo, pensé. Acá no pasa nunca nada, nada de nada, maldita idea la mía de abrir una taberna frente a la iglesia de esta aldea.
Me llamo Xistra, pero todos me conocen y me dicen la colorada, obviamente porque soy pelirroja, la única en las inmediaciones del pueblo. Por lo menos en algo soy especial, bueno después de todo tampoco estoy mal, a mis casi 35 años, tengo todo en su sitio y los hombres siguen mirándome con esa cara de tontitos salvajes, mitad “soy un hombre bueno” y mitad “si te pillo, te mato”. Pobrecitos.
Antes de perderme acá, vivía en Barcelona donde compartía la vida, mejor dicho, la cama, con el último idiota que soporté. Un viajante de comercio que creía que por dos noches a la semana que venía a casa tenía derecho a ser el rey, sí, el rey de los vagos y de los acomodados. Antes dije “la casa”, demasiado sustantivo como para definir un cuarto inmundo en el casco viejo. Allá trabajaba también de camarera para un jefe muy tacaño. Un francés gordo que solo le obsesionaba el dinero y nunca tiraba nada de comida, no me refiero a que la comida del menú del día anterior sirviera para las tapas del día siguiente, sino aún era peor; Para él, por ejemplo, todos los quesos pasados y mohosos se convertían después de un tiempo en roquefort y los empleaba (muy especiado) como salsa o como relleno de otras cosas recicladas. Es más, casi toda su comida se basaba en platos con salsas extrañas que opacaban un poco el sabor de carnes algo pasadas. Con el vino era igual, no solo rellenaba todas las botellas con un vino pobre de bidón de 5 litros, sino que después, en el escondrijo de la cocina, también utilizaba los fondos de los vasos. El muy asqueroso decía que si estaba todavía en el vaso, era porque nadie lo había tocado y que le pertenecía. Menudo cerdo!.
Mi vida por esas épocas era rutinaria y cuando no estaba trabajando en el restaurante, me quedaba en mi cuartucho leyendo. No tenía ni radio ni televisión, a decir verdad solo había una bombilla y un enchufe, pero me las arreglaba bastante bien casi sola –salvo los dos días cuando venía el “rey”-, sola con la compañía fiel de mis libros. En Barcelona había una biblioteca grande donde todo lo que quería lo conseguía, pero aquí, en esta aldea, los libros que leo son los que me presta mi amigo Fermín.
Fermín es el cura de la iglesia, es muy buena persona y no me anda con sermones ni tonterías. Es una lástima que un hombre bueno sea cura. Yo noto que le gusto por su mirada algo cohibida y distraída, pero con intensión y a decir verdad, él también me gusta, o quizá solo me de morbo, realmente no estoy segura.
Nunca lo he visto como un “hombre” sino solo como amigo, alguien con quien puedo hablar de cualquier cosa, Fermín es bastante educado y culto, todo lo contrario que los paletos del pueblo. Nunca estuve con un sacerdote, todavía no está en mi lista de equivocaciones, hubo marineros, golpeadores, vividores, idiotas y otros con dos o tres características juntas. Pero Fermín es distinto al resto, es joven, podría decirse que buen mozo y es muy amable conmigo pero (siempre hay un pero en mi vida) es el cura de Los Ancares. Hoy prometió venir a verme por la tarde para traerme unos libros que le habían donado a la iglesia, y que salvo nosotros dos, nadie lee.
Esperándolo, recordé cómo se me había ocurrido llegar aquí. Ya cansada de mi vida miserable y rutinaria en la ciudad, pensé en como dejarlo todo e ir a un lugar tranquilo donde todo funcionara más despacio y que no se necesitara tanto dinero para sobrevivir, así que después de darle muchas vueltas, tomé la decisión. El viajante, con quien estuve, no confiaba en los bancos, así que llevó una gran cantidad de dinero, que había cobrado, a la casa y lo dejo escondido en el cajón de los calcetines. Pero por supuesto, como él nunca fregaba, lavaba, cocinaba ni hacía nada, tardé solo un día, durante mis quehaceres, en encontrar mi oportunidad de irme junto a los calcetines descoloridos. Nunca me había sentido tan recompensada por el trabajo de la casa, así que el idiota, no solo ya no confía en los bancos, seguramente ahora tampoco en las mujeres y menos en las coloradas.
“Ya debe estar por llegar” pensé, mientras miraba el reloj de Coca Cola.
Eran las seis de la tarde cuando la puerta se abrió. Del otro lado estaba el padre Fermín, blanco como un difunto, con una mirada distinta a otras veces. Avanzó hacia mi y saludó:
- Hola Xistra -él nunca me llama colorada-.
- Hola Fermín, estás raro, ¿te pasa algo? ¿Y los libros?
- ¿Qué libros?
- Los libros que me prometiste, le recordé
- No hay
- No hay, qué?
- No hay nada, ni libros ni hostias! Me contestó de mala manera.
- ¿Qué te pasa Fermín, por qué me tratas así? -Nunca me había hablado de esa manera-.
- Perdona Xistra, vengo de Vetusta donde enterraron a mi tío.
- Ay,!, lo siento! Lo siento mucho!
- No lo sientas, yo no lo siento, creo que por fin se ha ido siendo más humano que cuando estaba vivo.
- Bueno, ya pasará. No estés tan mal, ¿quieres un té?
- No estoy mal por lo de mi tío.
- ¿Entonces que te pasa?
- ¿Alguna vez tuviste la impresión, mejor dicho, la certeza, de que los sucesos de un día te pueden cambiar toda la vida?
Me contesté afirmativamente para mis adentros, claro que lo sabía, y mi último hombre también. Sonreí levemente imaginando su cara
- ¿Quieres contármelo de una vez?, ¿quieres el maldito té?, le pregunté sirviéndoselo.
Fermín tomo aire y mirándome fijamente –con una variación rara de su mirada- me dijo:
- Me echan del pueblo y me destinan a una pequeña capilla en la costa. ¿Quieres venirte conmigo?
- ¿Cómo?, le pregunté sorprendida pero habiendo escuchado perfectamente.
- Si quieres venirte conmigo.
- ¿Estas loco? Como me voy a ir contigo si eres cura. ¿Comenzaste a beber?, le pregunté mordazmente.
- No voy a aceptarlo.
- ¿Qué no vas a aceptar qué?. ¡Te has vuelto loco!
- No voy a aceptar el traslado, voy a renunciar como cura.
Esperaba libros y ahora tenía a un amigo ex cura frente a mí preguntándome si me quería escapar con él. Sí, los sucesos de un día nos pueden cambiar la vida, sin lugar a dudas.
- ¿Y a donde piensas ir?
- Lejos de esta mierda, me dijo y traté de recordar si alguna vez había dicho un taco. – lejos de aquí, mi padre, que en paz descanse, era pescador y tiene o tenía una casita en la costa murciana. ¿Quieres venir o no?
- ¿Por qué te han echado del pueblo?
- No me parece importante
- A mí sí, acabas de invitarme a escaparme contigo a la casa de tu padre pescador, ¿no te parece que merezco una explicación?. En realidad la necesito.
- ¿Quieres que sea sincero?
- Claro, todavía sigues siendo sacerdote…
- Bueno… después de la ceremonia de mi tío, probé la carne del pecado
- A ver Fermín… tampoco me hables como un apóstol, ¿de qué carne me hablas? ¿Estuviste con alguien? Pregunté con una curiosidad morbosa.
- ¿Conoces a Ana?
- ¿Quién?, ¿la buscona?, ¿has estado con esa?. Ya me sentía morbosa y alterada.
- Si, pero no le digas así.
- ¿Que no le diga así? ¿Y cómo quieres que le diga? Si todos saben y se dan cuenta que a ti siempre te ha mirado no solo como el cura del pueblo. ¿Cómo pudiste?. ¿Y por qué ahora me invitas a irme contigo?, de cura pasas a cabrón en un segundo, eres igual a todos, ningún hombre puede tener la picha en paz.
- No digas eso, no pude evitarlo, no sé como sucedió, como me dejé atrapar…
- Igual que todos pensando con la polla. Me avergoncé de ser tan soez, pero me sentía totalmente defraudada y algo celosa del único hombre que todavía no me había fallado. – ¿Cómo pasó?.
- Ayer por la noche, después de lo de mi tío, me invitó a merendar en la cocina del hostal donde estábamos parando.
- ¿Parando?, ¿te fuiste con ella a Vetusta?
- Sí. Pero en habitaciones separadas, me acompañó porque quería rezar conmigo por mi tío…
- Y tu te lo creíste!, esa zorra…
- No la llames así, me dijo casi sin fuerza ni convencimiento. Ella estaba allí, yo estaba algo triste y confundido y aunque sea del señor, el hombre vive reprimido dentro, y ayer no aguantó y salió a comer. Se rió un poquito de su ocurrencia, como para quitarle algo de seriedad al tema. No lo consiguió.
- ¿Estás arrepentido?
- No. Para nada. Me gustó.
- ¿Te gustó?
- Sí, me gustó el sexo-. Y al ver mi cara enseguida agregó: -perdóname, Xistra, por ser tan irrespetuoso pero quiero hablarte con franqueza.
No pude evitar sentirme incomoda y al mismo tiempo me gustaba la sensación que recorría mi cuerpo, una mezcla de sorpresa y leve excitación. Fermín ya no era Fermín. Era una sombra del cura con una fuerza de hombre que parecía haber estado luchado desde hace tiempo. Y me gustaba, aún más que antes.
- ¿Y ahora, qué?, ahora que descubriste que eres un semental ¿quieres dejarlo todo, abandonarlo todo?
- No me hables así. No es por eso, no quería dejar el pueblo, me obligan a dejarlo, Ana es la amante del patriarca de Vetusta y tú sabes el poder que tiene en la zona. Pero ya eso no me importa, pasó y listo.
- Pero bueno! ¿Y no quieres que la llame zorra?. Seguro que lo hizo a propósito, seguro que lo anduvo contando por ahí, encima de golfa, chismosa…
- No, me interrumpió, - no fue ella. Fui yo quien se lo conté al patriarca, para lavar mis culpas, pero yo no sabía que era su amante. No me importa lo que piense él y no estoy arrepentido por descubrir nuevas verdades de esta vida pero sé que no hice lo correcto ante los ojos de Dios.
Pobre Fermín, sentí un poco de lástima por él, una vez que prueba algo diferente y se equivoca. Qué mala suerte. En este momento, frente a él y a sus ojos sinceros y extraños, no pude evitar pensar que, quizá, ante mí había un hombre de verdad.
- ¿Y ahora?, ¿te parecería bien que me escapara contigo, cuando ayer te acostaste con la perra esa?. Te sientes desilusionado contigo mismo porque eres un clérigo y no por acostarte con esa. Yo no soy una mujer fácil y menos suplente de una puta. Perdona si te digo la verdad con tanta crudeza, quiero ser sincera contigo también. Tu me gustas pero así no se hacen las cosas. Me parece que solo sería una compañera de aventura para ti, y yo, después de equivocarme miles de veces, busco algo distinto, algo, no sé, diferente, algo único, alguien tranquilo, que me respete, yo no quiero ser el segundo plato de nadie. No pude evitar comenzar a llorisquear, recordando todo el daño que ya me habían hecho los hombres en el pasado. Entonces Fermín me pone una mano en el hombro y me dice:
- Xistra, ¿qué prefieres tú, un hombre que haya vivido entre el pecado de la carne durante mucho tiempo, que haya estado con muchas mujeres, que sea vicioso y egoísta o un hombre como yo, que con casi nada de experiencia, puedo aprender de ti?, y no solo en el sexo sino fundamentalmente en el amor. Esa mujer solo me inició en el sexo, solo me abrió los ojos, solo hice –que Dios me perdone- lo que siempre soñé hacer contigo. Tu siempre me atrajiste pero te veía como una grave ofensa hacia Dios. Ahora ya no.
Otra vez me sentía confundida. Otra vez tenía la impresión de que me estaban engañando. Otra vez me insulté a mi misma. Otra vez pensé que lo que viniera no podía ser peor que mi vida actual. Entonces, traté de hacer a un lado mis malos recuerdos y le dije:
- Quédate hoy conmigo y mañana vemos.
Su expresión, cambió radicalmente, se le iluminó la cara gracias a una sonrisa que nunca le había visto, me miró con unos ojitos también nuevos para mí, y me dijo:
- Vale colorada, me quedo y mañana durante el desayuno hablamos.
- Fermín…
- ¿Qué?
- Llámame Xistra.

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Gustavo Fernandez.
Published on e-Stories.org on 04/30/2008.

 
 

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