Kit Moya

Mi Viaje al Norte

Mis pies estaban bien frios, me sentía bien cansado. Caminaba rumbo a mi casa, pero no quería llegar, ya que la encontraría vacía. No tenía con quien hablar.
Todo empezó 15 años atrás. Vivía con mi padre y madre en un pueblito en Nicaragua. Un día mi padre se despidió de nosotros y me dijo que apenas conseguiría trabajo en los Estados Unidos nos iba a mandar dinero para mandarnos a llevar con él. Apenas tenía 5 años, y esa fue la última vez que vi a mi padre.
Todavía me acuerdo un poco de su cara, y mi madre tiene unas fotos de cuando vivíamos juntos. Cuando cumplí los 10 años, mi madre cayó en cama muy enferma. Tuvimos que irnos a vivir con mis abuelos a una granja. Era una vida muy fuerte. Tenía que levantarme a las 4 de la mañana a ayudar a mi abuelo a alimentar a los animales y otros trabajos en la granja. A las 6 a.m. me alistaba para irme a la escuela. Tenía que caminar 2 millas para llegar a mi escuela. Me encantaba ir a la escuela, ya que podía alejarme del trabajo de la granja, y podía hablar con mis amigos. Después de la escuela, tenía que regresar a la granja y trabajar hasta las 7 p.m. El cual me daba solamente poco tiempo para hacer mis tareas y comer algo antes de irme a acostar. Muchas veces estaba tan cansado que me dormía sin hacer las tareas o me dormia con el estomago vacio. La enfermedad de mi madre se ponía peor. Mi madre ya no se podía levantar de la cama y nos era muy difícil pagar por sus medicinas.
Apenas cumplí los 18 años, decidí irme a buscar suerte a los Estados Unidos. Necesitaba dinero para las medicinas de mi madre y para ayudar a mis abuelos, ya que con su vejez el trabajo se hacía mas duro para ellos.
Me tomó dos meses en llegar a los Estados Unidos. Por fin llegué a California. De ahí, inmediatamente tomé el primer vuelo a New York, donde vivía un primo de mi mamá. Cuando finalmente llegué al Bronx, mi primo me consiguió un trabajo de lavaplatos en el restaurante donde él trabajaba. Lavaba platos de 8 de la mañana hasta las 10 de la noche, 6 dias a la semana. No me importaba ya que podía mandarle dinero a mi madre y a mis abuelos. Eso me hacía trabajar mas duro.
Ese día me dirigía a mi apartamento, estaba comenzando a nevar fuerte y en las calles se empezaban a formar una sábana blanca de nieve.
Entré a mi cuarto, cansado y con frío. Me sentía bien solo, extrañaba a mi madre y a mis abuelos. Estaba a punto de cerrar mis ojos, cuando escuché que alguien tocaba la puerta. Pensé que estaba soñando, pero volvieron a tocar de nuevo. Me levanté y me acerqué a la puerta. “Quién es?” pregunté. La persona al otro lado me preguntó que si yo era Manuel Gonzalez. Le respondí que si. Sentí que mis piernas me temblaban y que me iba a desmayar cuando aquella voz que reconocí inmediatamente me dijo, “hijo, soy yo tu padre, abre la puerta”.

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Published on e-Stories.org on 03/02/2012.

 
 

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