Paula Grint Grint

Mi dulce marinero

El comienzo del siglo XVIII estuvo marcado por los primeros brotes de la peste, que separaba a las familias o bien las arrasaba enteras sin piedad.
Ismael era solo un crío cuando murió su padre. Desde entonces tuvo que hacerse cargo de su madre y sus tres hermanas pequeñas y procurar que no les faltase de nada. Era su obligación como hombre y como primogénito. Su vida fue muy dura desde su infancia, trabajando en los campos durante largas horas al Sol por unas monedas y algo de comida. Pero aquello lo curtió como persona.
Un día llegaron rumores de que un barco venido del este atracaría en puerto para reclutar marineros. Se trataba de un navío mercante que se dirigía a las américas en busca de bienes de todo tipo y oro. Los miembros de la tripulación estarían fuera de casa mucho tiempo y bajo la presencia constante de piratas y otra clase de peligros marinos, pero serían buenamente recompensados. Así pues, Ismael se despidió de su familia y partió rumbo a la costa para alistarse.
 
            Halil se encontraba fregando la cubierta, tal como le habían ordenado, a la espera de que la tripulación estuviese completa y pudiesen zarpar. De vez en cuando subía alguna persona al barco cargada con un saco de provisiones, todas con un brillo especial en la cara por la ilusión de emprender un viaje hacia el Nuevo Mundo.
“Estúpidos ignorantes”, pensó Halil negando con la cabeza, “no saben lo que les espera”. Él prácticamente se había criado en la mar, cambiando de barco y de tripulación cada vez que tenía oportunidad. Era su modo de conseguir comida y cobijo. Había vivido tormentas y naufragios, encuentros con piratas y pasado enfermedades. El mar era peligroso, no solo un símbolo de libertad.
Sus pensamientos quedaron enmudecidos cuando vio a un apuesto muchacho aparecer en cubierta. Sus miradas se cruzaron momentáneamente, pero luego el joven desapareció de su vista.
 
            Hacía días que la nave mercante había dejado atrás las aguas del Mediterráneo. Había mucho que hacer a bordo del navío y todos arrimaban el hombro, aunque a los más jóvenes les tocaba realizar las tareas más arduas.
Aquella noche Ismael no podía dormir pensando en su familia. Se atormentaba por haberlos dejado atrás sin pensar en las consecuencias. Los añoraba muchísimo. Descalzo y sin hacer más ruido que el crujido de la madera bajo sus pisadas, el joven salió a cubierta y se asomó por estribor para contemplar cómo la nave se abría paso, majestuosa, a través del océano. Una agradable brisa azotaba su rostro y su melena, y solo se oía el sonido del mar. Ismael cerró los ojos e inhaló el olor a sal.
            -¿Echas de menos tu hogar?- preguntó una suave voz con un ligero acento extranjero.
Halil se colocó a su lado. Ninguno se atrevió a mirarse, aunque ya se habían observado mutuamente en secreto desde la distancia. Halil, un chico ágil y enflaquecido, tenía la tez oscura y unos ojos profundos. Sus grandes cejas y su melena negra le daban un aspecto exótico. Ismael, por su parte, tenía una descuidada melena castaña recogida en una coleta, un cuerpo musculoso y delgado y una cara dulce. Ninguno llegaba a los dieciocho.
Ismael eludió la pregunta. No quería aparentar debilidad, y menos delante de Halil.
            - Estoy aquí por mi familia. Necesito el dinero. No me asusta el trabajo duro. Estoy acostumbrado.
            -Lo sé- contestó el otro joven-. Lo veo en tus manos.
 
            Los días dieron paso a las semanas. El viaje transcurría con calma a excepción de una tormenta de verano que despertó a la tripulación en mitad de la noche y que se saldó con una víctima que cayó al agua y no pudieron rescatar.
Desde aquella charla en la cubierta, Ismael y Halil se habían vuelto inseparables. Halil tomó a Ismael como aprendiz, contándole anécdotas de sus múltiples viajes y enseñándole a robar alcohol de las cocinas cuando el enorme cocinero se quedaba dormido junto al caldero de sopa aguada.
Un vínculo cada vez más estrecho se fue forjando entre ambos grumetes. Su amistad pronto se transformó en algo más profundo, un sentimiento tan deseado como prohibido. Ante el resto de la tripulación no eran más que dos inquietos mozos que, por edad, compartían cierta afinidad. Solo las ratas y otros animales que se atrevían a andar por el navío a altas horas de la madrugada eran testigos del amor que se profesaban en secreto y que consumaban en los lugares más recónditos y escondidos del barco.
 
            Más rápido de lo que ninguno hubiera deseado el viaje llegó a su fin. Varios meses después estaban de nuevo en costas mediterráneas. La noche antes de llegar a tierra, al hogar de Ismael, ambos amantes se reunieron por última vez para un encuentro carnal y promesas de amor eterno.
            -Ven conmigo- rogó Ismael mientras se mecía entre los brazos de su querido marinero.
            -No puedo- contestó Halil-. Mi vida es la mar. La odio tanto como la amo. En tierra acabaría volviéndome loco.
            -¿Y qué va a ser de nosotros ahora, amado mío? ¿Qué va a ser de mí?
            -El año que viene este mismo barco partirá nuevamente a las américas y hará la misma ruta. Espérame en la costa. Nos reuniremos de nuevo. Y así año tras año hasta que las oscuras aguas me arrastren con ella. ¿Prometes, mi dulce marinero, que aguardarás mi llegada?
            -Que los diablos me lleven si no lo hago.
Al día siguiente Ismael recibió su recompensa económica y desembarcó, no sin antes dedicarle al hermoso Halil una última mirada.
El barco zarpó perdiéndose en el horizonte, y ni siquiera el calor de estar de nuevo en casa con su familia alivió la tristeza de su corazón.
 
            -¿Oís eso, marineros? Es el sonido de la muerte. Estamos condenados- anunció el capitán una fría y nublosa mañana.
Había transcurrido un año y el barco estaba a escasos días de llegar a costa para reclutar más tripulación. Halil estaba impaciente por reunirse con su adorado Ismael. No había pasado ni un solo día en que no se acordara de él, de sus ojos color miel y sus manos ásperas que le hacían estremecerse cada vez que le tocaba y le amaba. Pero cuando un marinero cayó de rodillas a su lado y se puso a rezar en un murmullo apenas audible, el joven supo que no volvería a ver a su amado grumete.
            -Sirenas- anunció otro tripulante.
Halil nunca se había enfrentado a esas aterradoras y a la vez fascinantes criaturas. Pocos, muy pocos sobrevivían a sus encantos. Pero el muchacho confiaba en que su profundo amor por Ismael le impediría caer en la tentación de esas bellas mujeres pez.
            -No te engañes, muchacho- dijo un hombre a sus espaldas. Halil se giró y se encontró con un rostro familiar, el único de toda la tripulación que había viajado con él el año anterior-. Si bien las mujeres no son la perdición de todo hombre, las sirenas sí son la perdición de todo marinero.
Todos los esfuerzos por huir de allí fueron en vano. Poco a poco el barco de desvió de su rumbo y los marineros sucumbieron bajo el hechizo. El silencio a bordo era sepulcral. Los ecos de las voces de las sirenas resonaban por todas partes. Hermosos cantos que hipnotizaban a los hombres y les nublaba la mente. Todos estaban asomados en la cubierta con los ojos fijos en las mansas aguas a la espera de ver a la magnífica criatura que profería semejante sonido.
            -¡Allí!
Una bella sirena de cabellos rubios apareció en mitad del mar, cantando con su melodiosa voz una canción cuya letra nadie alcanzaba a comprender.
            -Vos… sois hermosa…
La sirena desapareció. Un marinero, en un intento por seguirla, cayó por la borda y desapareció. Al pronto aparecieron más, y uno a uno los hombres fueron pereciendo embrujados por su poder. Todos menos Halil, que se resistía tapándose los oídos, cerrando los ojos y pensando en su dulce marinero. De repente abrió los ojos. Había una figura en mitad del agua, pero no era una sirena.
            -Ismael…- murmuró estirando el brazo tratando de llegar hasta él.
Halil se precipitó al abismo. Un grupo de sirenas arrastró su cuerpo hasta lo más profundo del océano, lugar donde debía yacer para siempre todo aquel que amase de corazón la mar. Pero el corazón de Halil hacía tiempo que había abandonado las aguas para trasladarse a tierra.
 
En la costa, tal como había prometido, Ismael aguardó la llegada de su amor en un barco que nunca apareció. Y allí se quedó esperando toda la eternidad.

FIN

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Published on e-Stories.org on 06/03/2015.

 
 

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