SOFLAMA DEL ESTROPICIO
Porque de nuevo aparece,
cada pasado, cada segundo, ante nadie,
lo mismo que ocurrió al corazón disperso,
inmerso de alegría tejido,
por todos los costados y flotando,
como un viejo marino,
que amedrenta los ojos negros
a la melancólica luz, con dulce brillo,
y lo que en el cuello queda,
dilatando un sollozo, una oruga,
sospechando del tiempo,
súbitamente venturoso,
y luego se confunde con otro,
que despierta en lugar de otro.
¡Incrustación resinosa segregada!.
Donde la excluyó vanidoso,
olvidando los restos de la cena triste,
en la noche, redonda, rondando,
segura y abundante en espinas,
apenas a media hora, sobre una ola,
lenta, que se alargó, puntiaguda,
para volverse tallo, entallada.
¡Declive y combustión!
En ese suspiro de agua limpia,
mientras alistaban los caballos, las crines,
el corazón triste del mundo, mudo, nudo,
dentro de una pausa ondulada,
precisa como un astro en llamas,
que no niega el pararse desnudo,
en campaña, batiendo las alas,
junto a la ventana, islas y gotas, envueltas,
en un olor gris como un tibio espejo,
que recuerda su risa.