Jona Umaes

¿Me amas?

Ricardo era diseñador de páginas web en una empresa de informática. Llevaba ya varios años y estaban contentos con su forma de trabajar. Era una persona muy productiva y creativa, y encontrar a alguien con esas dos cualidades era difícil a pesar de la competencia en ese mundo. Él se sentía realizado. Le encantaba su trabajo y acudía a él en bicicleta. El ejercicio le activaba por las mañanas y cuando llegaba a su puesto, tenía las pilas cargadas para enfrentarse a lo que fuera.

Aquella mañana fría de invierno los termómetros marcaban 5 grados. A pesar del frío gélido, más aún yendo en bicicleta, no llevaba pantalón largo. Sólo se abrigaba la parte superior y se colocaba su cuello braga, evitando que el frío se introdujera por ese resquicio. Aún le faltaban diez minutos para llegar y escuchó, en las proximidades, sirenas de coches de bomberos y policía.
 

―¿Tan temprano y ya hay lío? –pensó.


Llegó a la calle donde se ubicaba su empresa y una aglomeración de gente y coches cortaba el paso a la circulación. No podía creer lo que veía. Las oficinas de su edificio escupían enormes llamas de fuego por las ventanas y los bomberos trataban de ahogarlas con fuertes chorros de agua desde una escalera elevada que sostenía un camión cisterna.

Se acercó andando con su bicicleta hasta donde pudo y se encontró con sus compañeros de trabajo, contemplando la devastación. Todos se lamentaban y se sentían impotentes ante aquella tragedia.

Ricardo no aguantó mucho viendo cómo aquel fuego voraz prendía todas sus ilusiones y proyectos y lo abocaba al desempleo.

Se retiró conmocionado con su bicicleta. Circulaba como si hubiese activado el piloto automático, sin prestar atención a la circulación ni hacia dónde iba. Al cruzar un paso de cebra escuchó un frenazo brusco. Paró su bici y giró la vista a su derecha. El parachoques de un todoterreno estaba a un palmo de su nariz, exhalando por el radiador el aliento del motor recalentado y formando una leve bruma por el contraste de temperatura. El conductor respiraba precipitadamente y al ver la cara blanca como la leche que se le quedó a Ricardo, creyó ver un muerto. Quizás lo viera, porque Ricardo en ese momento le pareció estar viendo la escena desde arriba, en tercera persona. Fue una sensación relámpago porque enseguida se vio de nuevo sobre la bici y comenzó a pedalear sin volver la vista atrás.

Cuando llegó a su casa, se tiró en la cama y ahogando los sollozos se quedó al rato dormido.

Después de contarle lo sucedido a sus amigos, quedaron el sábado para ir de copas. Fueron a un pub muy concurrido. Junto a sus colegas venían chicas que no conocía. Se fijó en una morena de pelo liso y corto. La máscara de ojos que llevaba le hacía unos ojos preciosos y se quedó encandilado. Tras unas copas, la tragedia en su trabajo bajo de nivel hasta la anécdota. Comenzó a charlar con la chica y resultó que era programadora de aplicaciones para móvil. Tenía una vitalidad y un empuje envidiables. Le contó que tenía en mente un proyecto y ahí fue cuando Ricardo vio la luz al final del túnel. Le relató lo sucedido con su empresa y que no tenía planes en ese momento. Le propuso trabajar juntos, cada uno en su especialidad.

Al final resultó un sábado productivo en todos los sentidos. Los dos trabajaban en tecnología y se agradaban mutuamente. En principio no tenían dónde trabajar, así que decidieron acudir a un café que solía estar tranquilo y allí comenzaron su andadura. Conforme pasaba el tiempo se encontraban cada vez más cómodos juntos y trasladaron su lugar de trabajo a la casa de él.

Tras varias semanas, pasó lo que tenía que pasar y su amor afianzó, aún más, su proyecto común. Ella era un vendaval de ideas, dinámica y apasionada. Él aportaba sosiego y cabeza.

Ese fue sólo el primero de sus proyectos, siguiéndole otros. Entre ellos, el proyecto de pareja que se formalizó en boda. Ella nunca olvidaría la pedida de mano tan original con que le sorprendió Ricardo. La convenció para que se comprara una webcam de alta calidad para el portátil. La compraron online y se las ingenió para que cuando llegara el paquete, ella no se enterase. Sustituyó el contenido de la caja por el estuche con el anillo, precintando de nuevo la caja original, sin dejar rastro de manipulación alguna. Su plan culminó con éxito sin que ella sospechase nada en ningún momento.

Los primeros meses fueron intensos. Estaban enganchados tanto a su trabajo como entre ellos. Se complementaban en todos los sentidos. La fuerza que irradiaba ella calaba en él, dándole empuje también. Y sus ideas, a veces geniales, a veces excéntricas, las encauzaba él para que llegaran a buen puerto.

Los fines de semana seguían quedando con los amigos. Él no se percató de ello en un principio, pero en su mujer se desarrollaba una semilla que él no imaginaba. Tras las quedadas, en casa tenía prontos que a él le chocaban. Lo achacaba al cansancio, pero cuando aquello se convirtió en algo recurrente, comenzó a preocuparse. Él intentaba entonces hablar y sonsacarla, pero ella en esos momentos se mostraba arisca y callaba. En la cama no podía tocarla hasta pasado un buen rato, cuando se calmaba, cediendo entonces al acercamiento de él. Pero no quería hablar, sólo se abrazaban y se dejaban llevar. Ella entonces se mostraba más agresiva de lo habitual. Le besaba y lo apretaba contra sí con tanta fuerza que Ricardo se sorprendía de tal caudal de energía. Él era suyo. Se fundía una y otra vez con él como queriendo formar un único ser sin resquicios, imposible de separar.

En la mente de ella campaban a sus anchas los celos. Celos que surgieron por su amor desmedido hacia él. Cuando Ricardo charlaba con sus amigas, le parecía que le estaba haciendo de menos, ignorándola en vez estar con ella, como pensaba que tenía que ser. Ella en esas circunstancias también hablaba con sus amigos, pero oía sin escuchar. Estaba ausente de la conversación, intentando captar, aunque fuese mínimamente, las palabras de Ricardo. Sonreía por compromiso, repartiendo su atención entre dos conversaciones. Disimulaba muy bien su disgusto y en cuanto veía la más mínima ocasión acudía donde Ricardo y lo abrazaba desde atrás por la cintura. Él sonreía y le cogía las manos enlazadas. La amiga se retiraba discretamente al centrar la atención en su mujer. Entonces se volvía y la besaba cariñosamente. Le hablaba con amor y todo a su alrededor desaparecía, como si no existiera nada más. Ella no podía evitar la ansiedad de separarse de él un momento. Quería estar siempre a su lado.

Con el tiempo fueron separándose más de sus amigos. Ella ponía excusas, intentando evitar los malos ratos que se llevaba cuando él no le prestaba atención. Aquello fue paulatino y él ni lo advirtió.

No se supo que fue mejor, el remedio o la enfermedad, porque al estar más tiempo juntos, ella se volvió más posesiva. Por un lado, estaba contenta de tenerlo más a su lado. Por otro, se quejaba de la monotonía y la comunicación se resentía.

Las noches de pasión menguaban. Él se quedaba pensativo en la cama con la mano en la nuca y la vista en el techo. Ella leía en su libro electrónico y le miraba de reojo a ratos.

Cuando salían, casi siempre solos, todo iba bien, pero si él cruzaba palabras con alguna mujer, ya fuera en un restaurante o cualquier otro sitio, se ponía tensa y apretaba inconscientemente el brazo de Ricardo. Él aligeraba entonces la conversación para acabar cuando antes.

Sabía que su mujer no podía evitarlo. Era superior a ella y el problema cada vez iba a más. Era incómodo no ser uno mismo por evitar hacerle daño. Notaba su expresión de desagrado. Sufría por su causa y era doloroso para él también. Aquella noche, como muchas otras anteriormente, Ricardo estaba pensativo y ella se entretenía con la lectura cuando él le habló.
 

―Cariño, tenemos que hablar.


Ella se giró para mirarle.
 

―Pasamos demasiado tiempo juntos. Creo que tú también has notado que estamos como enclaustrados aquí. Deberíamos quedar otra vez con los amigos. Nos haría bien.
 

―¿Es que te aburres conmigo?
 

―No es eso ¿No ves diferencia de ahora y cuando estábamos con más gente pasando el rato? Necesitamos también tener espacio propio. Así tendremos cosas nuevas que contarnos.
 

―Sí que veo diferencia. Veo que ya no me miras como antes. Antes eras más cariñoso. Me abrazabas más, me buscabas. Ahora te veo distante y por lo visto echas de menos estar con otras personas.
 

―Ricardo, ¿tú me amas?
 

―Hace mucho que sé de tu problema. Necesitas ayuda.
 

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(Nota del autor)

Este relato está basado en la canción “Est-ce que tu m'aimes?” (Maître Gims)

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Jona Umaes.
Published on e-Stories.org on 11/09/2019.

 
 

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