Jona Umaes

El colgante

          Marta era oficial de policía, de carácter fuerte y resolutivo, tenía a los hombres a su cargo firmes y activos en todo momento. Especialista en homicidios, trabajaba en el caso de un crimen que se había producido la noche anterior. El asesino había dejado una nota junto a la víctima: “Mataré a seis mujeres y luego todo habrá acabado”. Anexo al texto había escrito la cifra 1. El cuerpo de la mujer, que yacía en la acera próximo a una farola, presentaba un corte profundo en el cuello. Murió desangrada, la entrada del arma blanca había sido contundente. La reseña del asesino dejaba claro que seguirían produciéndose muertes a lo largo de los días. Acordonaron la zona y analizaron la escena del crimen al milímetro.

          En su despacho, Marta marcó en un mapa el punto donde se encontró a la primera víctima. A pesar de ser una mujer flemática, solo el pensar en las muertes que estaban por llegar y no poder hacer nada, por el momento, la inquietaba. Le trajeron el informe con las fotos, las huellas encontradas y los datos personales de la víctima. Se trataba de una mujer blanca, joven, de pelo oscuro, corto y liso. Leyó con detenimiento la información que habían recopilado sobre ella. Tendría que hablar con familiares, amigos y allegados, en busca de algún indicio, aunque, tratándose de un asesino en serie, intuía que no tendría relación alguna con la víctima.

          Se fue a casa cansada. La jaqueca hizo de nuevo acto de presencia, siempre surgía por la noche. Había perdido la cuenta de las consultas de médicos visitadas y medicamentos tomados. Consiguió mejorar ligeramente, pero no pudieron hacer desaparecer aquella migraña insufrible, solo al dormirse la dejaba en paz. Desesperada, buscó una alternativa, fue a una farmacia donde vendían también productos homeopáticos. La dependienta le sugirió que tomase unas pastillas. No se trataba de un medicamento, era totalmente natural y nada perdía con probar. Para su sorpresa funcionaron, desde que comenzara a tomarlas, podía conciliar el sueño sin aquel insoportable dolor de cabeza.

          Al día siguiente apareció una nueva víctima. Junto al cuerpo, un papel con la cifra 2 escrita. Realizaron la inspección rutinaria de lugar y el cadáver. Murió de igual forma que la anterior, la habían degollado. De nuevo en su despacho, estudió el informe. No tenía ninguna relación con la primera mujer. Estaba claro que se trataba del mismo asesino. El único punto en común era su aspecto físico. Era una chica igualmente blanca y joven, lucía una hermosa melena corta y oscura. Marcó en el mapa un segundo punto, señalando el lugar donde se produjo el nuevo homicidio. Hasta el momento, tan solo tenía claro que las muertes se producían de noche y que las mujeres eran de similar apariencia. Pidió apoyo a comisarías de distritos próximos para que patrullaran junto a Se sentía con las manos atadas, sin poder hacer más.

          Marta era huérfana. No conoció a sus padres, pero a veces, tenía sueños recurrentes, y se veía en una casa con unas personas que parecían ser sus progenitores, o al menos eso intuía. La decoración de la vivienda nada tenía que ver con lo que ella conocía en su vida real. Parecía estar en otro país, pero como en sus sueños nunca salía al exterior, no podía saber de qué lugar se trataba. El final acababa en pesadilla y siempre de la misma manera: el hombre yaciendo en el suelo, y la esposa de pie, ante él, con las manos ensangrentadas y un cuchillo de cocina en la mano. La mujer era de piel nívea, con el cabello oscuro y lustroso. Aunque se producían en noches muy espaciadas en el tiempo, le provocaba angustia y terminaba despertándose alterada, aunque al poco, se dormía de nuevo sin más.

          Los medios de comunicación difundieron fotografías de una nueva víctima, la tercera, y de esa forma, toda la ciudad conoció la historia del asesino en serie de mujeres, que actuaba de noche. Marta continuaba maniatada ante la falta de pistas, pero aprovechó la coyuntura para salir en los medios y pedir a las mujeres con ese tipo de cabello, que no anduvieran solas una vez hubiese anochecido. Colocó un nuevo punto en el mapa. Los tres cubrían un área de unos diez kilómetros y al unirlos con una línea, formaron un triángulo. Al asesino parecía gustarle esa zona y como no era muy amplia, podían cubrirla con las patrullas nocturnas. Con un poco de suerte, darían con él, ya que cada vez tenían más efectivos trasnochando. Antes de irse a su casa, al mirar de nuevo el mapa, le resultó curioso que la comisaría se encontrara justo en el punto medio del triángulo. Mientras conducía, siguió pensando en la dichosa casualidad.

          Aquella noche Marta soñó de nuevo con la casa de siempre, cosa extraña hasta la fecha. En esa ocasión se fijó en algo que le había pasado desapercibido en sueños anteriores. La mujer llevaba un pequeño colgante de oro con la estrella de David. La escena se tornó más vívida que de costumbre, presenciando como se producía el crimen y le asestaba al marido las puñaladas mortales. Todo terminaba con la fotografía de ambos, que tan bien conocía.

          Las muertes se sucedían noche tras noche. A pesar de la fuerte vigilancia y la alerta ciudadana, siempre había alguna despistada o inconsciente que no tenía miedo a salir y hacía caso omiso a las advertencias. Marta hizo dos nuevas marcas en el mapa. Ya eran cinco las víctimas. Los puntos estaban situados a ambos lados del triángulo, cuya cúspide estaba invertida, fuera de su área. El asesino había expandido su radio de acción. Unió con una línea horizontal las nuevas marcas, atravesando la figura geométrica por su parte inferior.

          Ya solo quedaba una víctima y Marta sentía tal impotencia por su ineficacia que esa noche decidió ser uno más de sus compañeros y patrullar junto a ellos. Ocupó el resto del día en estudiar las líneas del mapa. Quería evitar a toda costa la última muerte. Ya era casi de noche y la jaqueca comenzó a molestarle, pero no llevaba las pastillas encima, tendría que ir antes a su casa a recogerlas. Justo cuando se disponía a salir, miró por última vez el mapa, y no supo por qué razón le vino a la mente el colgante de la mujer de su sueño. Trazó sendas líneas desde los dos últimos puntos, formando otro triángulo con la punta mirando hacia arriba. El conjunto era la estrella de David. No tardó ni un instante en ponerse en marcha. Antes de salir de comisaría, informó a sus compañeros de que fueran todos al lugar adonde apuntaba el vértice de la estrella. Mientras, ella iría a por sus pastillas.

          Una vez en el punto de encuentro, los coches no paraban ni un momento de iluminar las calles con sus faros, en espera de toparse con el asesino. Aún no era muy tarde y se veían transeúntes paseando por las aceras. Las horas transcurrían y nada ocurría. Marta ya se había tomado la pastilla y se le había pasado el dolor de cabeza. Se encontraba frente a un escaparate iluminado y veía su reflejo en él. Nunca fue consciente del efecto de las pastillas, pues siempre que las tomaba, a continuación, se dormía. Pero esa noche estaba despierta, y conforme la pastilla actuaba, fue perdiendo la consciencia de quien era. Veía a una mujer que no reconocía, su otro yo comenzó a aflorar paulatinamente. Los sueños que creía tener no eran fantasías, eran recuerdos de su pasado y fue el trauma de ver como su madre mataba a su padre lo que provocó que enterrara aquella escena muy adentro de sí y su yo se desdoblara en dos. Por esa razón no recordaba que tuviera padres.

          En tan solo unos instantes, su otro ser acaparó su consciencia. No se reconocía vestida de policía. Se quitó la gorra, se soltó el moño de su media melena morena y sacudió su cabeza, haciendo bailar su cabello. Los policías que había junto a ella no le prestaban atención. Paseaban con sus linternas por las aceras, iluminando jardines y recovecos oscuros. De repente, sus ojos parecieron encenderse, iracundos. Vio su pelo liso, moreno, su piel clara, era la viva imagen de su madre a la que tanto odiaba. Recordó cada detalle de cómo le quitó la vida a su padre. Era hora de acabar con aquel sufrimiento. Cogió la pistola ceñida a su cadera y, sin dudarlo un instante, se voló la cabeza, culminando su estrella de David.

 

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Published on e-Stories.org on 05/08/2021.

 
 

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