Jona Umaes

Sueños comunicantes

 

          Eran días navideños, las calles estaban repletas de transeúntes, admirados por el alumbrado multicolor que colgaba de las fachadas. Las tiendas rezumaban clientes en busca de regalos para sus seres queridos. Días de ilusión consumista en la que todos salían ganando, tanto negocios como clientes. Ver la alegría en los rostros de familiares recibiendo sus regalos bien valía dejar tiritando la tarjeta un año más. Enero podía esperar, ya habría tiempo de apretarse el cinturón.

          Pero no todo eran compras, muchos salían a divertirse. Quizás, esas fechas suponían las que más aglomeración de gente se acumulaba en calles, bares, restaurantes y tabernas. En una de éstas, se encontraban un grupo de amigos bebiendo. Manolo era la primera vez que se unía a ellos, su amigo Jesús le había convencido para que fuese, el otro estaba pasando una mala racha y no le apetecía salir. Fue una de esas ocasiones que todo el mundo desea, pero que nunca sucede. Fue un llegar y topar. Manolo conoció a Eva, con la que congenió a las primeras de cambio. Daba igual que cambiaran de lugar de copas, o hablasen con otros, ambos se buscaban, se atraían como imanes. La hora de la despedida se les hizo amarga, aunque sabían que habría más ocasiones para encontrarse.

          Esa noche Manolo y Eva se durmieron con el mismo pensamiento, sonriendo por los momentos compartidos. Él se durmió profundamente hasta que llegó la fase del sueño. Como no podía ser de otra forma, a causa de la novedad que supuso el encuentro con Eva, soñó con la chica. Se encontraba en la biblioteca, estudiaba para un examen y fue cuando la vio aparecer caminando por el pasillo, buscando un sitio donde colocarse. Él levantó la mano, a modo de saludo y para que se acercase, ya que en su mesa había sitio.

 

—Hola, ¿qué haces por aquí? —preguntó él.

—Pues nada. Venga a estudiar. Como tú, supongo.

—Es mucho suponer. Podría estar simplemente leyendo.

—Bueno, lo que sea.

—Me alegro de verte.

—Podría decirse que yo también…

—Me alegro de que tú también te alegres, porque así nos alegramos los dos.

—Ja, ja. ¡Qué tonto eres!

—¿Qué vas a estudiar?

—Me presento a unas “opos” de administrativo, del Ayuntamiento. ¿Y tú?

—Pues mira qué casualidad. Yo también.

—¡Guay! ¡Podemos prepararnos juntos! ¿Por tu cuenta o vas a una academia?

—Yo solito. Un amigo me pasa apuntes y exámenes de otros años.

—¡Qué bien! Yo sí voy a clases. Sola me resulta imposible.


          Cuando salieron de la biblioteca fueron a un café que había por allí a cerca. Entonces fue cuando Manolo se dio cuenta de que algo no andaba bien. Era consciente de que estaba en un sueño, pero el hecho de encontrarse con Eva y de que se reconocieran como si estuvieran en la vida real no cuadraba. Lo habitual es soñar sin ser consciente de ello, quizás al final del todo, justo antes de despertar, en algún caso muy concreto, uno puede apercibirse de ello, pero no es lo normal.

 

—¿Sabes?, ¿no te resulta extraño que no hayamos reconocido?

—¿A qué te refieres?

—Estoy soñando. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé. Me dormí pensando en ti.

—¿En serio? Pues sabes que yo también lo hice pensando en ti.

—No entiendo. Tú formas parte de mi sueño, pero actúas como si tuvieras vida propia.

—¡Pues claro! ¿Qué te crees?, ¿el hecho de que esté en tu sueño ya te da derecho a que me comporte como tú quieras?

—No quería decir eso.

—Tienes razón. Yo también sé que estoy soñando. Es curioso. Pocas veces me sucede. Al verte, te he reconocido, y tú también pareces actuar a tu libre albedrío.

—Esto es muy fuerte. ¿Estás pensando lo mismo que yo?

—¿Estamos comunicándonos en sueños?

—Eso parece. Me ha alegrado mucho conocerte esta noche. La verdad es que no esperaba algo así.

—Yo también he estado muy a gusto hablando contigo.

—Sería un buen guion para un libro, ¿no crees? Dos jóvenes que se conocen una noche y se comunican en sueños.

—Pues sí, muy original.

—Oye, ¿te has fijado en ese tipo?

—¿Quién?

—El de la capucha negra que hay en la mesa del fondo.

—No me había dado cuenta. Qué raro, ¿no? Está tan quieto mirando hacia abajo…

—¡Ostias! ¡Se ha vuelto hacia nosotros! ¡Parece que nos hubiera escuchado!

—Pero no se le ve la cara. Está toda oscura con la capucha. Me da miedo.

—Solo faltaría que sacase la guadaña. ¡Vámonos de aquí!


          Los dos jóvenes se levantaron y tras pagar en la barra, salieron a toda prisa del local. El hombre de la capucha se levantó a continuación y los siguió a distancia. A Manolo le dio por mirar hacia atrás y al verlo se le aceleró el corazón.

 

—No puede ser. ¡Nos está siguiendo! ¡Acelera el paso!

—¡No me asustes! ¡Párate un poco! Estamos soñando. No nos puede hacer nada.

—¡Sí qué puede! ¿¡Acaso no tienes pesadillas!? ¿No has sentido angustia o pánico antes de despertarte? Ya sé que en realidad no puede hacernos daño, pero, aunque sea imaginario, no me hace gracia que me destripen o me dejen hecho un colador con un cuchillo.

—Tengo el corazón a mil. ¡Vamos a buscar a un policía!

—¡Buena idea!

 

          Ya no caminaban, sino corrían, despavoridos, en busca de seguridad, pero era inútil. El hombre de la capucha parecía estar siempre a la misma distancia. Las aceras estaban desiertas, no había gente a la que pedir ayuda, tampoco policías. Los coches circulaban sin detenerse, no había semáforos que regularán el tráfico. Intentaron pedir ayuda a los conductores, pero iban demasiado rápido. Manolo se interpuso en el camino de uno para que frenase. El vehículo lo atravesó cual humo, sin percatarse de su presencia.

 

—¡Volvamos a la biblioteca! ¡Allí estaremos seguros! Estaba repleta de gente.

—¿Tú crees que ese tipo querrá hacernos algo? Tal como se mueve, si hubiera querido ya lo habría hecho.

—No me gusta nada. Vamos a la biblioteca y ya veremos.


          Regresaron al lugar de partida de su sueño. Les tranquilizó comprobar que allí todo estaba en orden. Como si nada hubiera ocurrido, la gente estudiaba, leía o miraba el ordenador. El tipo de la capucha no entró en el edificio, o al menos no asomó sus narices por la sala en la que se encontraban.

 

—¡Qué alivio! No ha subido.

—¿Crees que nos espera abajo?

—¡Es igual, que espere! Aquí estamos bien. Oye, te una sensación extraña.

—Ah, ¿sí? ¿Qué cosa?

—Es como si alguien nos estuviera observando. ¿No te pasa?

—Pues no, ¿de dónde sacas eso?

—¡Ey! ¡Mira arriba! Son rostros enormes. ¡Te lo dije!

—¡Ostras! ¡Es verdad!

—¡Holaaaa! ¿Qué tal? ¿Se lo están pasando bien con la lectura? Por cierto, ¡Felices fiestas!

—Eso, ¡Felices Fiestas!, ja, ja.

—Mira, y se ríen y todo. ¡Qué majos! Bueno, sigamos con lo nuestro.

—¿Y qué es lo nuestro?

—He estado pensando. Este sueño es un poco absurdo, ¿no?

—Como debe ser. ¿O es que tú has soñado alguna vez algo sensato?

—¡Touché! Pero no me negarás que es especial. El que podamos vivirlo juntos no es algo que pase todos los días.

—Sí, nunca me había ocurrido. ¿Y si se diese el caso que no despertáramos y nos quedáramos aquí para siempre?

—¡Qué tonterías dices! ¡Pues claro que despertaremos! De cualquier forma, estoy en buena compañía, no tengo prisa.

—Oh, ¡eres un encanto! Yo también estoy muy a gusto.

—Bueno, ¿salimos? Ya vale de esconderse. Tenías razón. Aunque nos espere el de la capa, nada puede hacernos.

—¡Claro, y si te hace daño, ya me encargo yo de meterle los dedos en ojos y nariz!

—¡Y si te hace daño a ti..., le pego una patada en el culo que lo mando a Melilla!

—¡Venga, vamos!

 

 

—Mira, está esperando en la puerta. ¡Vamos a por él!

 

          Cuando los jóvenes, decididos, se acercaron al espectro, este alzó los brazos lentamente, enfrentándose a ellos. El rostro seguía oscuro y semicubierto por la larga capucha. De repente, con un gesto de las manos, dejó la cabeza al descubierto.

 

—¡¡¡Tachánnn!!! ¡Feliz día de los inocentes!

—¡La leche que te dieron!, ¡Jesús! Pero qué…

—Ja, ja, ¿qué esperabas?, ¿a la muerte, quizás?

—¡No sé, pero te íbamos a dar una paliza! ¡Te has librado de una buena! Por cierto, ¿a ti no te habrá ocurrido lo mismo que a nosotros?, ¿verdad?

—¿De qué hablas?

—Que nuestros sueños están conectados. Hemos continuado la salida de esta noche, soñando juntos.

—¡Qué cosas más raras dices! Yo solo soy fruto de tu imaginación.

—Vale, vale. Olvídalo.

—Bueno, ¿qué? ¿Nos tomamos unas cañas?

 

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Published on e-Stories.org on 12/31/2022.

 
 

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