Jona Umaes

Tres vidas en una

          La goma de las ruedas se lamentaba de las piedras que la pellizcaban en el camino de tierra que discurría por la playa. El murmullo de la marejada a su derecha se mezclaba con los gritos de los niños que caminaban con sus padres en el paseo a su izquierda, a un nivel superior.
​​​​​
          Tras un par de horas sobre la bicicleta, decidió parar en la pequeña ermita bajo la montaña, desde donde podía verse la extensa playa que se perdía de vista. Allí se quedó un rato al sol, disfrutando de la tranquilidad de que nadie le esperaba en casa. Más tarde se encontraría duchándose y se sentaría en el sillón con la única compañía del silencio de la casa. Aquel silencio sabía a gloria, aunque a veces se volvía tan insoportable que lo ahogaba, todo fruto de una angustia interior que no sabía de dónde provenía. Entonces, ponía música en el móvil, se echaba hacia atrás en el sillón y cerraba los ojos; no necesitaba más. Aquello lo transportaba a otro mundo y su corazón se relajaba. Sin embargo, esos episodios eran aislados; recurrentes, pero aislados. Lo habitual era que nadara como pez en el silencio, abstraído de todo con su lectura, o buscara compañía con sus amistades, ya fueran virtuales o reales, en el chat. No necesitaba más, no quería que le molestaran en su tiempo libre, el cual organizaba a su antojo. Valoraba su libertad y la soledad buscada que, para muchos, suponía una tortura de la que escapaban, a veces, a cualquier precio.

         Tras un par de horas sobre la bicicleta decidió parar en la pequeña ermita bajo la montaña desde la que podía verse la extensa playa que se perdía de la vista. Allí se quedó un rato al sol, pero su tranquilidad se fue al traste al recibir una notificación en el móvil: “¿Se puede saber por qué tardas tanto? ¡Hay que hacer un montón de cosas en la casa y no puedo con todo! ¡Ven ya de una vez!”. El sol se volvió de repente desapacible; empezó a molestarle hasta la conversación de una pareja no muy lejos de él, la cual no habría percibido a no ser por el molesto mensaje. Tenía pocos momentos para él solo, y uno de ellos era la escapada en bicicleta. La libertad que le proporcionaba pedalear y contemplar el paisaje a su alrededor no la cambiaba por nada. En esos momentos no sentía ni las piernas; era como pasear volando. La bicicleta se movía sola y él solo tenía que dejarse llevar. Pasaba cerca de muchas personas de todo tipo y condición: parejas, familias, gente sentada en bancos frente al mar, leyendo un libro, jóvenes y no tan jóvenes haciendo ejercicio en los gimnasios al aire libre. En esos momentos, no escuchaba ni el molesto ruido de los coches a su alrededor. Pero aquel paraíso se resquebrajó en un santiamén; no hacía falta nada más que una simple notificación. Tras escucharla, su corazón se aceleró y ya solo pensaba en volver lo antes posible. Tardara más o menos, el chaparrón tras cruzar la puerta de su casa lo tenía asegurado. A veces pensaba que se había equivocado de vida, que no era aquello lo que quería.

          Tras un par de horas sobre la bici decidió para la pequeña ermita bajo la montaña desde la que podía verse la extensa playa que se perdía de la vista. Allí se quedó un rato al sol cogiendo color y escuchando, curioso, la conversación de la pareja no muy lejos de él, sonriendo para sí. Pensó en lo distintas que eran las personas unas de otras, al igual que sus conversaciones. Cada uno con su educación, sus vivencias, sus problemas; y los que unos consideraban palabras insulsas y banales, otros disfrutaban de ellas. Algunos incluso gozaban con sus silencios, porque no necesitaban más que el calor y la proximidad del otro. Robó una foto de la pareja que quedaba a contraluz y de la que solo se apreciaba su silueta. Se la mandó a su amada, a quien seguro le agradaría. Quizás estuviera entretenida con sus cosas o remoloneando entre las sábanas. Se sentía un privilegiado; podía disfrutar de sus momentos de soledad y volver luego apaciblemente a casa. Junto a su banco había otros, donde, al igual que él, descansaban más ciclistas, ya que aquella era una parada habitual para reponer fuerzas. Los observaba, algunos no paraban de trajinar con el móvil desde que llegaban; otros ni lo sacaban. Se preguntó si a aquellos otros les esperaba alguien en casa. ¿Qué tipo de vida llevarían? ¿Tendrían un hogar feliz o lleno de problemas? ¿Les recibirían con los brazos abiertos o con mala cara? ¿O, simplemente, nadie los recibiría? Quizás huyeran de la monotonía, de la soledad, o tan solo necesitaban un cambio de aires. Él, que había vivido todo aquello, se encontraba en un punto de su vida donde había encontrado la paz, una paz que se había hecho esperar, pero que finalmente había llegado. Se dio cuenta de que sus temores pasados solo habían sido fruto de su ignorancia y desconocimiento. Ahora, que ya había recorrido tantos caminos pedregosos, ya no tenía miedo de aquello, y era eso lo que le ayudaba a disfrutar de su presente.

 

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Jona Umaes.
Published on e-Stories.org on 03/08/2025.

 
 

The author

 

Comments of our readers (1)

Show all reader comments!

Your opinion:

Our authors and e-Stories.org would like to hear your opinion! But you should comment the Poem/Story and not insult our authors personally!

Please choose

Previous title Next title

More from this category "Life" (Short Stories in spanish)

Other works from Jona Umaes

Did you like it?
Please have a look at:


Tren a ninguna parte - Jona Umaes (Experimental)
A Long, Dry Season - William Vaudrain (Life)
Heaven and Hell - Rainer Tiemann (Humour)