Karl Wiener

La Rana y el Ruiseņor

       Algunos empiezan de cantar y creen que la voz de ellos sone como música. Así comienza una canción alegre y quien sabe la continuación del texto, sabe también la continuación de la fábula siguiente.
 
       Ningún ruido llega al lugar aislado, donde el caminante solitario se encontra con una balsa escondida en medio del bosque, las orillas de que son cubridas de cañaveral. De vez a cuando un pez saltando mueve la superficie del agua y la luz de la luna penetrando por la follaje de los árboles pinta manchas plateadas sobre el suelo fangoso. Este lugar está ideal por la incubación de millones de mosquitos que son alimento por las ranas pero también por los pájaros. Por eso durante el día el bosque resona del gorjeo de los pájaros. A la puesta del sol las ranas empiezan a croar y a medianoche el ruiseñor levanta su voz. A ese lugar se pasó el incidente que voy a contar.
 
          Un día, hacia medianoche cuando el claro de luna se reflejaba en el agua de la balsa, un ruiseñor abrió sus alas y voló a una rama de un árbol cerca del agua. Para atraer su amante entonó una canción que tocó todas las fibras del corazón. Los animales del bosque se callaron y escucharon atentamente la voz maravillosa. Una rana abajo en el lodo pero creía de saber cantar igualmente que el pájaro y se puso a mostrar su arte. A duras penas subió de rama a rama y finalmente llegó sin aliento al lugar donde el ruiseñor cantaba. Después de una pausa de reanimación, cuando el ruiseñor se había callado por un momento, la rana hizo resonar su voz.
  
          El ruiseñor se espantó del berrido de tal modo que habría caído casi del árbol. Afortunatamente pero obtuvo su equilibrio, voló a la punta del árbol y continuó cantando. La rana no se rindió y intentó de seguir al pájaro. Se soltó con un salto de su rama. En lugar de elevarse pero cayó hacia abajo, aunque movió sus patas haciendo circulos como había hecho el pájaro con sus alas. Si hubiera aterrizado a una piedra, no habría sobrevivido. Afortunatemente pero cayó en el agua y el choque le hizo solamente dolores de estómago. Un buen rato se comportaba inmóvil, puso la oreja a su corazon y pensaba de haber muerto. Pero después que había convencido de haber sobrevivido, nadó de prisa fuera del lugar de su humillación y se escondió debajo de las hojas de un nenúfar.
 
          Desde hace ese día la rana se quedaba en su elemento. No sabe ninguno nadar o bucear como ella, pero nunca jamás la rana ha tratado de nuevo de cantar o volar como un ruiseñor. 

 

 

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Published on e-Stories.org on 12/09/2007.

 
 

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