José Manuel Domínguez

MENSAJE EN UNA BOTELLA

            Se estremeció, y sus tendones se tensaron forzando sus manos como recias garras. Estaba en el supermercado, intentando distraerse con la compra, pero era otro intento fallido: El misterioso mensaje que renovaría su vida lo continuaba perturbando ireemediablemente.

 

 

 

            No se atrevió a agarrar los tomates. Su cuerpo trepidaba como un escalofrío y creyó que los terminaría espachurrando.

            Su instinto le alertaba sobre aquel mensaje encubierto en una botella: Cambiaría su vida radicalmente. Sintió temor a no estar preparado y, colmado de angustia, abandonó la compra al lado del puesto de frutas. Tenía que enfrentarse de una puta vez a ese maldito mensaje. Se reafirmó en su determinación respirando honda y pausadamente. Hoy le plantaría cara a ese misterioso mensaje.

 

 

 

            Una hora más tarde contemplaba fijamente la botella. Su corazón le indicaba que todo cambiaría a mejor tras leerlo, pero aún así todas sus células se resistían despavoridas. La razón también le confirmaba sus impulsos cardíacos: Lee el mensaje. Léelo. ¿Es que algo podía ir a peor?

            Estaba sin trabajo, tenía deudas que era consciente que jamás podría pagar, vivía de la caridad de sus padres y hermanos y, sobre todo, estaba ella: Cada vez que la avistaba paseando cogida de la mano del otro, notaba como su sangre hervía y le reventaban todas las vísceras. Además sentía la soledad en lo más profundo. A veces hablaba solo para oír el preterido sonido de su voz. Ya nadie le escuchaba.

 

 

 

            Dos horas más. Cobarde e incapaz continuaba su pávida y fija observación: El mensaje. Entraba otra calurosa noche de agosto. Sentado en una miserable silla de su cochambrosa cocina, el sudor se esparcía por su torso flaco y  desnudo, y la botella que contenía el mensaje se eregía, limpia y triunfante, como una estatua de la libertad sobre aquella sucia mesa. ¡El mensaje! El mensaje lo salvaría. Su intuición, el juicio que le quedaba, y toda la química alborotada de su organismo no podían errar.

            El mensaje no lo defraudaría. Sin embargo, al leerlo, quedaría comprometido. No podía ignorar que provenía de un mundo distinto, o quizá de una ignota tierra que a través de una corriente marítima y un sinfín de casualidades lo habían traído a posta junto a él; y por todo hay que pagar un precio. En este caso sería muy elevado, no lo dudaba. Pero su familia se volvería a sentir orgullosa de él. Rebosarían de nuevo las amistades y la provocación daría paso a la envidia de todos. Y lo más importante: La volvería a recuperar. Recobró el arrojo cuando pensó en ella y fue, decidido,  a por el mensaje.

 

 

 

            Tres horas tardó en derramar todo su líquido en sus entrañas. Después la observó con detenimiento, a contraluz de la pelada bombilla que colgaba del techo. Su vista ya se nublaba, pero se dio cuenta de que en aquella botella de güisqui barato tampoco había ningún mensaje.

            La soltó y se hizo añicos. El se derrumbó, lloriqueando sobre la mesa. Su cabeza ya le estallaba y conocía de sobra como sería su despertar. Pero mañana seguiría buscando: Otra botella. Encontraría ese ansiado mensaje.
 
 
 
 

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Published on e-Stories.org on 02/18/2008.

 
 

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