Maria Ferrer

Lluvia

    00.59 a.m. Se oye el repiqueteo de la lluvia desde mi habitación. Abro la ventana y observo la purificadora lluvia caer desde el cielo. Tengo unas vistas espectaculares desde mi ventana, toda Barcelona, hasta el mar. La vista multiplica su valor cuando llueve, ya que todas las luces se ven reflejadas en el suelo y la cuidad se convierte en un lienzo salpicado de luces semejantes a estrellas. Me encanta ver como llueve. Me encanta oler la lluvia. Los días lluviosos me incitan a pensar, es como si el cielo dejase caer los pensamientos en forma de agua, así que simplemente me siento con el portátil en mi regazo y transmito esos pensamientos. A pesar de todo, hoy no hay pensamientos concretos, mi mente navega por una tempestad y no puede echar el ancla. Así que me dedico a observar y analizar mi vida. Empiezo por mi habitación. En mi ordenador suena Ludovico Einaudi mientras observo mi desordenado escritorio. Mi madre siempre me decía que si mis cosas están desordenadas, mi mente también lo está y que es hora de organizarme las ideas. Cuánta razón ha tenido siempre. En mi escritorio hay un libro que tengo pendiente de estudio, y otro que tengo pendiente de acabar por placer. Todas mis obligaciones y mis placeres se reúnen en este mismo escritorio. Un cenicero con unas cuantas colillas, y el paquete de tabaco con el cenicero a mano siempre al lado. Una lata de Coca-Cola Light. Siempre me ha gustado por su sabor, no porque tenga menos azúcar o menos calorías, mirar este tipo de cosas a mi edad siempre me ha parecido una estupidez. Cerca del cenicero está mi móvil, una botella de agua y algo de comer. En cada esquina se encuentran unos altavoces. Mis altavoces. Los que cantan al mundo y no solo a mis oídos. Son una parte imprescindible de mi vida, ya que yo sin música no sería nada. La música siempre ha sido mi motivación en todos los casos. Siempre ha habido y habrá una banda sonora para cada minuto de mi existencia…  
 
   Me acabo de encender un cigarrillo. Tanto mirar el escritorio con el paquete rondando ha hecho que este mal vicio vuelva a mi y me incite a encenderme otro pitillo. Siempre me ha gustado el sabor del cigarro encendido con una cerilla. Las primeras caladas siempre saben diferente… aunque sean igual de perjudiciales.
 
   Sigo observando. Hay unas rosas marchitas en un jarrón que se han secado. Ofrecen una imagen a la vez bella y triste. Me traen muchos recuerdos sobre la persona que me las regaló. Nunca me han gustado las flores, pero hay un día en el que es tradición regalar rosas y no me podía negar. Cerca de las flores hay un recipiente con velas e incienso. Las velas están prendidas y el incienso deja un agradable aroma en la habitación. Siempre enciendo velas en los días lluviosos, sobretodo por la noche. No significan nada, simplemente adoro la luz que emanan. Es la única luz que ilumina la habitación, aparte de la del ordenador, que de por sí es muy desagradable.
 
   Mi mirada se posa en el altillo de la ventana, donde sitúo las cosas que más uso. Tengo muchas colonias, unas veinte. La mayoría no me las compro, sino que me las regalan, y  las voy acumulando. Hay una para cada día, que me pongo según mi estado de ánimo. Entre las colonias identifico una de ellas, que siempre había sido mi favorita, pero que también lo era para una persona que fue muy especial para mí, y no puedo evitar evocar su imagen cada vez que me la pongo. Al lado de las colonias esta mi maquillaje. Tengo muchísimo maquillaje, a pesar de que la mitad no lo use, y el que siempre uso lo llevo siempre encima en un neceser dentro de mi bolso. A la derecha del maquillaje está mi desodorante y mis CDs de música. Otra colección de la que me puedo permitir presumir. Me bajo música de Internet, por supuesto, pero si algo me gusta de verdad me compro el CD. Me encantan los CDs originales, con sus carátulas, su librito, y letras, comentarios o imágenes… y su precio hace que sea algo que cuide con todo mi cariño.
El resto de la habitación, a parte de estar llena de libros de todo tipo, está muy decorada. Fotos, pósteres, tarjetas, postales, llaveros… siempre he opinado que las habitaciones que más llenas de cosas están más personalidad tienen. Nunca me han gustado las casas en las que entras y todo está impecablemente limpio y ordenado, perfectamente alineado y colocado, como si nadie viviese allí y lo descolocase. En casa de mis padres pasa igual que en mi habitación. Mi madre es escritora, por lo que los libros abundan por todas partes, y no hay ni un centímetro de la casa que no tenga una estantería con libros o un cuadro colgado en la pared. Adoro esa casa. En el fondo, siempre la sentiré como mi casa, aunque ya no viva allí. A pesar de todo, ahora tengo otra vida… y su reflejo está en todo lo que acabo de escribir, en todas mis posesiones, en mis cosas personales. Cada objeto cuenta una historia… y yo acabo de contar la mía a través de ellos.  
 
 
01.45 a.m. Se sigue oyendo el repiqueteo de la lluvia al caer…
 

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Published on e-Stories.org on 06/04/2008.

 
 

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