I
Los recuerdos arañan
un
corazón antiguo de carne y sangre,
de cieno
de mentiras
desgarrado ahora por las notas de lágrimas
contenidas
en pepitas de orgullo.
Cómo pesa la desazón.
La espalda se arquea bajo las horas tardías del conocimiento exterior.
Mientras tanto
dentro,
los hornos se van apagando paulatinamente.
Paulatinamente.
Los pasos
acentúan
su huella
a
cada
poco.
Dentellada en el suelo.
Asfalto mordido
por la gravedad del bagaje humano
que lo condiciona a su locura
una
y
otra
vez.
II
¿Qué ocurriría con el azul si a todos nos gustara el rojo?
Nada.
Si el azul existe se encuentra en la conciencia de alguien. A alguien le gustará y a alguien le disgustará.
Por algo el azul existe en la mente del que piensa en rojo: para saber que nadie es perfecto, para aprender a convivir con quien piensa distinto y para formar el lila que siempre es otra alternativa. De todos modos nunca se acabaría con él: siempre tiene la opción de ocultarse y vivir latente porque los seres humanos no son robots, tienen corazón y por genética, gustos distintos.
Si no, el rojo ni siquiera pensaría en el azul.
III
Puse mi mano derecha sobre su mano derecha.
Coloqué mi mano izquierda sobre su mano izquierda.
Ambas fueron desvaneciéndose.
Fundiéndose.
Desapareciendo.
Mi frente sobre su frente.
El pecho sobre su pecho.
La boca sobre su boca.
La posesión de mí misma dentro de su posesión.
Quise ser una con él y no ser ya yo, ser, sentir, vivir con, por, para él.
Sentir lo que sus manos acariciaban, escuchar los sonidos que llegaban a sus receptores, alegrarme con lo que a su vista resultaba grato, lamentar junto a él lo que le dolía, sentir por él sus pesares, evitarle la melancolía o acompañarle en la frialdad de sus temores, en la angustia de sus fracasos, en la inquietud de sus incertidumbres, en la nostalgia de sus despedidas, en el dolor de las traiciones, en el abandono de los desaires.
Ocuparme de sus problemas. Solucionar sus trifulcas. Consumar sus pasiones. Acrecentar su creatividad. A la vez, dejarlo libre porque al existir dentro de él ya no sería otra y se sentiría libre de mí mientras yo experimentaría todo lo que él quisiera y no lo que mis expectativas crearan. Él con nuevas experiencias. Él apasionado con las mujeres. Él extasiado en la vigilancia, descubrimiento y ocupación de las cosas. Él definiendo, puliendo, augurando, controlando.
Yo tomé mi decisión de negarme por libre iniciativa, propia. Ya viví lo que tenia que vivir. Ya sentí lo que tenía que sentir. Ya experimenté lo que debía experimentar. O no. O me faltaba sentir, vivir y experimentar por él o para él o como él. Sentí que debía ser él aunque fuera yo porque para completarme yo me faltaba él. Así que fui a ser él mismo para liberarme, liberarlo y ser también yo misma.
No quise ya ser yo. Quise desaparecer, destrozarme entera y ser su identidad, nublarme y ser su sol, ocultarme y ser su luz, ahogarme y ser su agua, arder y formar parte de su fuego, sepultarme y alimentar sus raíces y su tronco y sus hojas y dar frutos, bellos frutos, deliciosos, jugosos e incesantes frutos.
Sentí mi búsqueda felizmente acabada. Traduje por fin el sentido de mi vida localizado.
Ser solo él. Sentir por él. Pensar por él. Fundirme en él. Desaparecer mi yo sin dejar huella y aparecer un él mejorado.
Y al mirarlo para acabar mi vida entre sus ojos, se escuchó el grito desesperado de la cucaracha que con horror, buscaba huir de mis manos y soltarse de mi presencia.
Desperté del sueño y sentí algo de asco.
En un lado de la cama, Kafka. “La metamorfosis”.
24 de junio de 1999.
http://es.youtube.com/watch?v=RRMz8fKkG2g
© Samuel Barber. Adagio.
http://es.youtube.com/watch?v=ABW7wDmmrHI
http://es.youtube.com/watch?v=BMFKhJkd3lM&NR=1
© Kafka. La metamorfosis.
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Maria Teresa Aláez García.
Published on e-Stories.org on 09/25/2008.
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