Maria Teresa Aláez García

Remorir

Había vuelto un poco a la vida.

Quizás fuera lo que se llama la “mejoría de la muerte”, un estado breve de tiempo durante el cual los familiares del enfermo creen que puede haber esperanza. Incluso el enfermo puede recostarse y comer. Y de repente, se acaba.

Pues de igual modo. Para una muerte psicológica. Parecía que por fin había acabado el tiempo de padecimiento.

Se habían acabado las hemorragias. Había vuelto otro periodo de sequía durante el que no se solucionaban los problemas pero al menos se veían las cosas con más lucidez y había ganas de trabajar, de esforzarse, de moverse, de mejorar.

Se trazaron nuevos planes, se acabaron unas cosas, se comenzaron otras. Y se contempló la continuidad de algunas que, teniendo menos importancia, podían ser útiles para completar otras de mayor trascendencia.

Pero…

No quiere la vida que realicemos lo planeado. Prefiere poner unas cuantas trabas. Para qué facilitar las cosas. Una gente nace con estrella y no necesita esforzarse. Otra nace para estrellarse continuamente y realiza una doble labor para compensar y un tercer grupo nace ya estrellado pero aún así se levanta o camina arrastrándose.

Un cuarto grupo no sabe o no contesta.

¿Merece seriamente la pena ser uno mismo? ¿Merece la pena luchar por sus convicciones y  el desarrollo de su persona oponiéndose a quienes le rodean y provocar el continuo comentario de “me haces la vida imposible?

¿Por qué? Por que quizás no gusta ver que el otro trabaja cuando uno no quiere trabajar y sólo quiere realizar el mínimo esfuerzo. Siendo idolatrado y reverenciado por haber llegado a esa posición. (no sé exactamente si la idolatría y la reverencia es por llegar a la gran posición, a la posición con grandeza, a la elevada posición o por llegar a un punto donde no hay que esforzarse.). Alguien con cabeza y responsabilidad de sí mismo y de sus actos me comentó que llegar a ciertas alturas supone una labor mayor y más ingrata que la de estar en las bajas esferas. Claro, si esa labor se hace bien y me consta que esta persona realiza competentemente y perfectamente su labor, me consta su entrega y no le echo más flores porque sé que no le hace gracia alguna.  Pero no es la mayoría como esta persona u otras que también conozco y que han preferido seguir llevando el palio en lugar de situarse debajo de él.   O colocarse muy, muy atrás cuando en realidad deberían estar muy, muy delante, pero no quieren. No, porque entonces no pueden hacer todo lo que en realidad desean y lo que desean hacer es mucho bien y eso, se ve que debe de ser muy malo hacerlo porque sólo se puede hacer en la sombra, a oscuras, agazapados y como si fueran ladrones. Qué pena. Ni que fueran a pavonearse por ello. No lo harán. No hay tiempo ni ganas y los esfuerzos se colocan en cosas que los necesitan más. Tengo sus rostros delante de mi en este momento, en mi mente, en escenas que he vivido con ellos y ellas. Hombres y mujeres, muchachos y muchachas, niños y niñas, incluso, de todo color, raza, condición, religión. Personas ocupadas más que preocupadas. Hablan distintos idiomas. Pertenecen a distintos continentes, han saltado a otros continentes y han vuelto con pena de tener que haber vuelto y no han podido quedarse a hacer más por otras cuestiones: familia, dinero, trabajo. Pero aquí o en su lugar han encontrado qué hacer y siguen con ello. Desgraciadamente, descompensaciones hay en todos los sitios.  A veces las tenemos viviendo con nosotros y no nos damos cuenta.

¿Merece la pena realmente ser rebelde? Es posible que sea mejor mantener la paz interior antes que la exterior y renunciar a luchas y sueños para que quienes tenemos en el entorno se queden en paz.  Es mejor morir en uno mismo para ver nacer en el entorno la alegría y el equilibrio. ¿Significa que uno mismo es malo? No. Igual lo que no es bueno es lo que nos rodea pero a la gente le gusta vivir así y no quiere que se la cambie. Y aunque no es el fin, cambiar a la gente, aunque ellos lo ven así, el mero hecho de realizar una labor que ellos desprecian equivale a romper la paz y el equilibrio.

Y entonces es mejor morir en uno mismo y realizar lo que los demás piden.  A la gente no le gusta la actividad, le gusta la pasividad. A la gente no le gusta pensar, le gusta que le den todo hecho. A la gente no le gusta sentir miedo ni lástima ni ser culpable, le gusta  la alegría, que todo vaya bien y ser inocente de cualquier cosa, siendo así que cualquier tecla que toque no quiere pensar en el resultado que pueda tener para los demás sino para ella misma. A la gente no le gusta esforzarse, le gusta que todo se lo den hecho y no le gusta leer sino que le lean o le faciliten la labor. A la gente le gusta llegar a su casa, descansar y no pensar y hacer lo contrario es temible.

Creía haber descubierto un detalle o dos en mi persona que pudieron haber sido útiles para los demás en determinados momentos. Ni soy lista ni guapa ni tengo grandes estudios ni gran fuerza de voluntad – ni lo fui ni lo tuve nunca -  pero encontré un modo de enfocar la energía que me sobresale cuando me pongo nerviosa y soy curiosa. No es gran cosa en estos tiempos – creo que en ninguno – pero poniéndolas en función de realizar ciertas acciones pueden ser útiles y ayudar a los demás. Me gusta escribir y para mejorar se trata de estudiar y de practicar lo estudiado constantemente, experimentar y trabajar sobre ello. Me gusta estudiar también y me gusta trabajar. “Malamente” de como dicen por ahí pues son cosas que ponen muy nerviosa a la gente, actitudes que provocan en personas de mi entorno, malestar y rechazo. Así que me he dedicado a ponerlo en función de lo que ellas ven más normal o adecuado. Quise rebelarme pero eso sólo llega a crear malestar y cargo de conciencia en los demás. De este modo, la única frustrada y amargada soy yo pero a los demás se les ve felices, pacíficos, tranquilos y relajados. La casa brilla, la comida está buena, iré aprendiendo todos los seriales de la tele y seré un “¡hola!” humano con hojas sobre el hogar al fondo de mi mente y con algún que otro rayo de lucidez acerca de la medicina, la música y cosas así. Si saco una oposición será para usar el dinero en mejorar estas condiciones, por supuesto porque de todos modos, de fregona no me saca nadie.

Gracias a que las hemorragias me han dado una excusa feliz para no esforzarme mucho más. Así me mentiré a mí misma e igual adelgazo a golpe sanguíneo. Total para convertirme de nuevo en un maniquí, ahora viejo, pero con buen tipo y usar los huesos descalcificados de percha para mayores de cuarenta años y menores acompañados, para ser vistosa y poder ser enseñada con envidia y orgullo por el movimiento familiar – amistoso, habiéndome redimido de mi fiebre intelectual.  Eso, una fiebre que se cura.  La verdad, es que si gorda me doy asco, delgada y maniquí me doy más asco porque no hay nada más mezquino y humillante que la vanidad y la frivolidad, el egocentrismo y la autocompasión, cosa de las que hago gala con fruición y con obsesiva desesperación en todo lo que escribo.

En fin, hasta más ver.

Firmado: un cadáver psicológico.

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Published on e-Stories.org on 01/10/2009.

 
 

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