Tamara Garcia

GRITA LA SANGRE, GRITA ERIN

- Grita la sangre, grita Erin.-
 
Estas fueron las últimas palabras que salieron de sus labios antes de desaparecer en
la niebla. Siempre estaba a mi lado cuando algún peligro me acechaba…
 
En aquellas praderas verdes con acantilados que tan intensamente me traían recuerdos de una vida que aún no acertaba a descifrar. Por eso estaba allí, para comprender esa llamada de mi interior que me había arrastrado hasta las tierras de Irlanda, más allá de lo visible.
 
A un mundo donde pasado y futuro solo existe en el presente, enredándose en una cascada de atemporales sensaciones que hacían estremecerse mi Alma y mi Corazón.
 
No podría explicar cómo fue mi primer encuentro con
la Dama Erin, pero dejaré libre mi mente e intentaré relatar aquel momento.
 
Alguien me dijo una vez que los seres invisibles no existen. Hadas, duendes, ninfas y todo ser mágico que escapa a los sentidos de los más pragmáticos. Sin embargo, el ser del que voy a hablar pertenecía a aquel mundo, puedo jurarlo, o por lo menos yo, lo consideraba así.
 
Aquella noche no supe guiarme por mis instintos para poder seguir ebria por esta fuerza que me domina y me somete; y yo, sin ni siquiera haber tenido tiempo de rendirme, la sigo, en un sin sentido que me absorbe, hasta alcanzar el objetivo de cada momento, de cada día. Y me pierdo, como me estoy perdiendo ahora sin llegar a ninguna parte, o por lo menos no a los lugares o destinos que conozco.
 
Ya no controlo mi vida, hay una mano invisible que me dirige.
 
Erin es
la Madre Tierra que me conduce, tiene un sinfín de aspectos que te sorprenden, te asustan o te hipnotizan. Y no puedes hacer nada, nada, para librarte de ella … si es que quieres librarte de ella.
 
La noche que apareció en mi efímera vida supe que todo por lo había luchado, todo lo que había buscado había valido la pena.
 
Era una noche de finales de Octubre. Insinuantes melodías flotando en el aire, enredándose en la niebla, anunciaban Samhain*. Era dia 31 , esta noche se celebraba Samhain, y a pesar de las advertencias de los irlandeses, de no salir por la leyenda de que se mezclaban vivos y muertos, la Magia y los espíritus, salí de casa. La Magia lo inundaba todo y la hierba crujía bajo mis pies al avanzar paso a paso, lentamente sobre
la escarcha. Un frío helador suspendía cualquier hálito de vida en todo lo que mi vista alcanzaba a ver.
 
Había llegado a Irlanda hacía dos semanas y no he perdonado ningún día mi paseo al anochecer por el bosque de los alrededores de mi nueva casa. Normalmente no solía alejarme mucho, pero esa noche “algo” me impulsó a ir hacia el acantilado y asomarme a él. No sé cómo llegué hasta allí, pues con la niebla apenas podía distinguir mis manos. Ni siquiera hoy puedo explicarlo. Mis pies caminaban sin tener yo nada que ver, y cuando llegué al acantilado ver la luna me sedujo con su luminosidad difusa envolviéndome. La niebla había desaparecido misteriosamente, dejando nacer la claridad de una luz que no parecía real.
 
Y de repente me di cuenta de que nunca me había sentido tan libre, nunca había estado tan desnuda ante nada, ni nadie. Era como si la luna misma me atravesara, y los límites de mi alma quedaran definidos por la luz, dejando al descubierto la fragilidad de una vida humana que ahora se sentía la más poderosa de cuanto había conocido.
 
Perdida como estaba en mi recién despertada vida no pude reaccionar cuando en mi piel sentí un inmenso deseo de desnudarme, arrancándome
la ropa. Porque a pesar del frío mi cuerpo ardía emanando una inmensa energía que me hizo levantar la vista violentamente hacia el firmamento.
 
Entonces apareció Ella. Venía flotando hacia mí por la estela de la luz de
la luna.. El reflejo de su silueta y su luz sobre el mar hacía aún más mágica su presencia. Su cuerpo medio desnudo estaba cubierto por una blanquísima túnica que ondulaba al seguir el vuelo de su dueña. Movía los brazos como nadando en el aire.
 
Apenas podía creer lo que estaba viendo. Cuando llegó al borde del acantilado, era como tener la misma luna a mi lado, toda su luz iluminaba intensamente el lugar. Suavemente movió la cabeza y me miró; fijó sus ojos azul profundo en mí con esa mirada líquida que albergaba toda la magia, felicidad y tristeza que hubiera sido capaz de experimentar en toda una vida.
 
No hubo palabras, tan sólo miradas. Y en el momento que posó sus pies sobre la hierba alzó su luminosa mano hacia mi cara y todo se nubló en mi interior. Mi sangre comenzó a hervir y mi cuerpo temblaba como si me fuera a morir de un momento a otro . Sólo cuando por fin posó su dedos en mi mejilla vi que toda su luz me embargaba y sentía calidez, que su cuerpo transparentaba el acantilado y que su largo cabello del color de la luna tras un atardecer de sol rojizo, dorado, estaba suspendido en el aire, sin gravedad, flotaba alrededor de su cabeza y de su cuerpo.
 
Tan pronto como terminó su caricia mi cuerpo comenzó a sentir el frío que helaba mi sangre y atontaba mis sentidos. Estaba medio desnuda pero no podía marcharme de allí. No podía dejar de mirarla. Me abstraía hasta los límites de no saber si seguía vivo o estaba muerto.
 
En un momento sentí cómo mis sentidos me fallaban, totalmente afectado por la hipotermia que sufría mi cuerpo, empecé a perder el sentido lentamente, sin dejar de mirarla ni un sólo instante. Y de pronto se nubló todo. Estando casi inconsciente sentí unas cálidas manos que se acercaban y me cogían unos brazos como a un niño.
 
Cuando abrí los ojos volviendo en mí, estaba totalmente dolorido por el frío. Mis fuerzas me abandonaban, pero cuando intenté incorporarme, me di cuenta asustada de que estaba en mi cama.
 
Por esa razón no supe, hasta cierto tiempo después que el ser o mujer que había visto pertenecía a la fusión entre dos mundos y era real, y no un sueño como creí entonces.
 
Pasó un tiempo antes de que volviera a acercarme al acantilado, al menos de noche, y especialmente las noches de luna llena.
 
Pero cuando la gran luz blanca atravesaba los cristales de mi ventana, todo mi cuerpo temblaba, y me obligaba a meterme en la cama, consiguiendo sólo retorcerme entre las sábanas sin poder dormir hasta el alba. Con el primer rayo de sol, caía profundamente dormido sintiéndome libre y relajado de aquella llamada hechizante que no entendía; ni quería entender, aterrorizado como estaba por no conocer qué sentido podía tener todo aquello, cuando yo jamás había podido demostrar a los demás que en la tierra existían más dimensiones que la nuestra y que hay vida en ellas.
 
Poco a poco conseguí que mi vida volviera a
la normalidad. Comencé a interesarme por la vida cotidiana del pueblo más cercano, al que me acercaba en bicicleta. Y paseando por sus calles llegué a una pequeña tiendecilla en cuyo letrero se leía libros antiguos. Me atrajo la idea de entrar y sumergirme en aquellos libros para ver si alguno lograba atraparme.
 
Al hacer sonar la campanilla de la entrada un hombrecillo muy viejo salió casi instantáneamente a recibirme. Y por su mirada apacible y su cara sonriente yo diría que me estaba esperando.
 
Le devolví la sonrisa y le saludé dándole las buenas tardes. Él volvió a sonreír y yo me perdí mirando una de las paredes cuajadas de libros. Era la sección de libros más antiguos. Y entre ellos, uno debía haber sido devuelto sin cuidado, pues sobresalía un poco de
la estantería. Sus cubiertas eran de un verde profundo y las letras eran de nácar. Parecía muy, muy antiguo. Levanté mi mano para cogerlo, y cuando lo sostenía en mis manos, me embargaron las mismas sensaciones que la fascinante noche en el acantilado. ...Quedé hipnotizado mirando el libro.
 
- Erin - dijo el hombrecillo, y se acercó a mí sonriente diciendo en un irlandés muy dulce que nunca nadie había leído ese libro, sin embargo él nunca había querido moverlo desde que lo colocó en aquel lugar.
 
- Pero alguien lo ha movido. Está fuera de su sitio.
 
- No. Este libro es guardado cada noche de Luna en algún lugar donde pueda recibir su luz. No se ha movido de ahí desde el último Plenilunio hace unos días. Desde la época del abuelo de mi abuelo ha pertenecido a mi familia. Se nutre de la luz de la Diosa y se dice que cuando la Luna lo acaricia y la historia vuelve a repetirse, todo renace, y Ella...
 
- ¿Si?
 
- Será mejor que lo leas... que lo vivas por ti mismo. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme. Si te interesa la Mitología, y lo Oculto, todo aquello relacionado con lo mágico e invisible, aquí puedes encontrar información en mis libros; porque eso es lo que custodia este libro, Lo Invisible. (=The Unseen)
 
Le dije que sí me interesaba todo aquello, y que sentía como si el libro me llamara, como si quisiera estar conmigo... A lo que el anciano replicó que eso era algo muy normal, por la razón de que de algún modo ese libro me pertenecía y tenía que descubrir porqué.
 
Cuando abandoné la tienda me fijé en su título. Simplemente aparecía una palabra escrita en nácar, como si la luna brillara a través de ella.
 
Erin
 
Salí de la tienda con el libro y me paré en la taberna para tomar algo. Charlaba con la gente de allí pero tenía en mente las últimas palabras del anciano librero: “Devuélvemelo cuando consigas encontrar tus respuestas”. Tuve tentaciones de empezar a leerlo, pero decidí hacerlo al llegar a casa, más tranquila.
 
Cuando terminé la cerveza, salí, compré algunas cosas de comer que necesitaba, me monté en la bicicleta, y me marché a casa.
 
Al llegar, dejé la bicicleta apoyada en la pared y entré directa a la cocina para preparar algo de cena. Preparé una ensalada y mientras se asaban las patatas, fui al salón para encender la chimenea.
 
Me acerqué a la mesa para apartar el libro y poner el mantel, pero al cogerlo volví a sentir esa llamada y empecé a romper el envoltorio. “Erin”, susurré. ¿qué es lo que tiene este nombre que me llama tanto?. Volví a la cocina, cogí un vaso, cubiertos, la jarra de agua y saqué las patatas del horno, las puse en el plato con mantequilla y ensalada y lo llevé a la mesa en una bandeja.
 
Cenando empecé a recordar cómo sucedió aquel encuentro sobrenatural que tanto me había impresionado. Los impulsos irracionales que me arrastraron hacia el acantilado y a desnudarme momentos después.
 
En la taberna escuché una leyenda que decía que los más jóvenes acudían al acantilado las noches de Luna para consagrar el amor de su Amado o Amada* a la Diosa, desnudándose para bañarse con Su Luz. Pero sólo era una leyenda de
la Antigua Tradición,
la Antigua Religión Celta, en la que todo estaba relacionado y fundido con la Naturaleza y sus cinco elementos(*): Aire, Tierra, Fuego, Agua y Espíritu. Y de ahí uno de los símbolos mágicos más ancestrales: el Pentáculo.
 
Era una de las cosas que nutrían mis conocimientos de Magia. Simboliza al Ser Humano y los 5 Elementos: Espíritu, Aire, Tierra, Fuego y Agua. La punta superior de la estrella es el Espíritu, y luego, en sentido de las agujas del reloj, están el aire, la tierra, el fuego y el agua. Con lo cual los dos elementos más cercanos al espíritu son el agua y el aire... (...)
 
¡Justo como había venido esa presencia a mí!... suspendida en el aire y el agua. Tal vez fuera un espíritu de alguien del pasado, o alguien queriendo comunicarse a través de un viaje astral...
 
Pero la primera hipótesis tenía más fuerza para mí.
 
O tal vez fuera una de esas presencias mágicas que según contaban ancestrales leyendas viven en Irlanda desde sus orígenes.
 
Al terminar de cenar, me levanté con el libro sentándome frente al fuego de la chimenea.
 
Por unos momentos quedé hipnotizado por las llamas y su crepitante sonido, siseando palabras ininteligibles en mi oído.
 
Fueron esas palabras susurradas por el fuego, en una lengua que no lograba entender, (Gaélico- antiguo dialecto irlandés, aún hoy hablado) las que me impulsaron a visitar
la laguna. Mi instinto me decía que debía abrir el libro allí por razones que me serían reveladas en su momento. Así que, cogí velas para poder leer en la oscuridad, cerillas , una manta para extenderla en el suelo, y me abrigué mucho.
 
Tras caminar un rato pude ver lo que parecía el reflejo de las estrellas en el agua. Seguí caminando hasta llegar casi a la orilla, extendí la manta y me senté.
 
Clavé en la tierra dos velas y las encendí. Ansiaba el momento de abrir el libro, pero no quería precipitarme. Me senté con las piernas cruzadas y puse el libro en mi regazo. Respiré, y lentamente lo fui abriendo.
 
En la primera hoja aparecía el título del libro “Erin”, en letras grandes de color verde. De repente, una ráfaga de calor me envolvió, y sin pensarlo pasé
la página. Allí estaba retratada la misma mujer que vino a mí aquella mágica noche. El dibujo estaba adornado con cenefas celtas y toda ella desprendía luz. La imagen representaba a una mujer vestida de blanco con un vestido con gran vuelo y que arrastraba por el suelo. Una gran aureola de colores del arco iris coronaba su cabeza de largos cabellos rubios adornados por un tocado de flores rosas y blancas. Escondía una mano tras la espalda, mientras que con la otra señalaba hacia delante, como señalándome....
 
Sí, eso era, me sentía señalado por ella,... por Erin. Ese era su nombre. Y por alguna razón que escapaba a mi comprensión me había elegido para, algo que aún no había descubierto, pero me sería desvelado en su momento. Ahora estaba seguro de estar en el lugar correcto.
 
Seguir la senda de mi instinto comenzaba a tener significado para mí.
 
Ella me estaba señalando para decirme que me había elegido.
 
Esa noche oí algo que nunca antes había oído; una preciosa melodía, plañidera y extraña.
 
Llenó mi cabeza sin límite y mi corazón de asombro y delicia. La música me hizo pensar en espacios sin límite, en enormes y verdes praderas sin fin. Las imágenes cambiaban en mi mente, y aparecieron unas esferas cristalinas que giraban con una lentitud inenarrable a través de los vastos pasadizos del Tiempo. Esas esferas eran mis recuerdos. Volando para inundar mi presente, y haciendo que la melodía me llevara más allá de mí mismo.
 
Después de lo que pudieron ser largas horas o tan sólo minutos, la canción terminó, y yo suspiré. Volviendo a la realidad de mi presente, y dando la bienvenida a la presencia, que, iluminada por la Luna, había dejado de cantar, haciéndome salir de ese estado hipnótico que me había impedido asombrarme con su llegada. Flotando sobre la laguna, y de un azul intenso su piel y su vestido, me miraba deslizándose en el aire hacia mí, sin reflejarse en el agua. Sólo la luna se reflejaba.
 
Ella…..
 
Cuando llegó a la orilla, aún suspendida sobre el agua, me sonrió, y yo volví a suspirar. Me puse en pie, nos miramos y sonreímos, en el mismo momento en que ella acercó la mano derecha a los labios; la palma extendida mirando hacia arriba. Me miró, profundamente, haciendo que quedara suspendido en su mirada, creando un puente casi palpable en el vacío entre sus ojos y los míos. Empecé a sentirme transportado por la intensidad de aquellos ojos, y entonces sopló sobre su mano y su dulce aliento llegó hasta mí, sumiendo mi realidad en un una nube luminosa que al disiparse fue trayendo mis recuerdos, poco a poco. . . Veía como jugaba con espadas siendo niño, viendo como mis amigos luchaban en la calle; debía tener unos 10 años. Y de repente, una figura paralela de otra niño apareció en mis recuerdos. Este niño era idéntico a mí, pero su ropa, no era ropa de esta época. Vestía una especie de blusón de tela hasta las rodillas, ceñido por un cinturón de hebilla a su cintura . Pero era yo . . . aunque las caras de mis amigos habían cambiado. Ya no eran mis amigos de la infancia, aunque no me eran desconocidos del todo. Y las casas . . . Las calles y los edificios habían desaparecido, en su lugar se extendían cabañas y una gran pradera de un verde intenso rodeado de árboles. Se parecía mucho a
la antigua Irlanda.
 
Sentía muy ligero mi cuerpo, y un sentimiento de embriaguez se apoderaba de mi mente, haciendo más clara aún mi visualización, de lo que no acababa de reconocer como mi pasado, sino como una jugada extraña de mi imaginación.
 
De una de las casas salió una mujer sonriente, buscó con la mirada, y al encontrar a la niña que se parecía a mí la llamó.
 
- ¡Erin!
 
Vestía un largo vestido marrón, y su pelo negro caía libre sobre sus hombros, llegando hasta
la cintura. Yo, o aquel niño que creía era yo, me acerqué a ella sonriéndola, justo cuando un gran hombre de pelo rubio, ojos muy azules y facciones amables salía por la puerta abrazándola desde atrás por
la cintura. Sentí que aquel hombre y aquella mujer eran mis padres, y se amaban mucho, y aquella cabaña, mi hogar. . .
 
Mi hogar . . . La nube de luz volvió a mí, difuminando las imágenes que empezaba a descifrar lentamente, llevándoselas a dónde procedían, mi pasado, aunque aún desconociera que fuera así. . . Al volver en mí Ella seguía allí, no había desaparecido como la primera vez. Seguía mirándome, y me dejaba envolver por su mirada.
 
Entonces las velas se apagaron, y La ví contrastada en la silueta de la luna creciente, danzaba sobre el lago, y llegué a creer que estaba ante un hada. Sólo cuando vino caminando en la superficie del agua, y se arrodilló en la orilla, diciéndome con sus manos que me sentara a su lado, me sobrevino el impulso de tocarla, porque esta vez su cuerpo no transparentaba el paisaje, no era una luz etérea la que desprendía, sino intensa. Le tendí mi mano y la cogió entre las suyas. ¡Estaban calientes!, podía palpar su piel perfectamente. Hubiera jurado que era de carne y hueso.
 
- Slán go foil! – dijo muy dulcemente. Que es más o menos como hasta pronto, o adiós por ahora, en gaélico, antiguo dialecto de Irlanda, que aún es hablado.
 
- Slán go foil . . . – respondí. Aturdida porque había escuchado su voz. Una voz que sonaba a música y a eco al mismo tiempo.
 
Apoyando las manos en la orilla se levantó. Volvió a mirarme, se dio la vuelta, y se fue introduciendo lentamente en el lago. Lo último que vi fue sus cabellos, ahora azules, flotar en la superficie del agua, y por fin, desaparecer.
 

Tamara García

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Tamara Garcia.
Published on e-Stories.org on 01/19/2009.

 
 

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